Andrés Ortiz-Osés, In Memorian, por Patxi Lanceros

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28 June 2021

Bilbao Campus

La Universidad de Deusto perdió el pasado 18 de junio a Andrés Ortiz-Osés, catedrático emérito de la Universidad de Deusto y uno de los más importantes filósofos españoles. Hermeneuta, aforista y poeta, falleció a los 78 años tras una larga enfermedad en el hospital San Juan de Dios de Zaragoza.

Nacido en Tardienta (Huesca) en 1943, estudió Teología en la Universidad Pontificia Comillas, y Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Se doctoró en Filosofía hermenéutica por la Universidad de Innsbruck (Austria) y se ordenó sacerdote. Tras ejercer de profesor en las universidades de Zaragoza y Salamanca, recibió la invitación de los decanos de las facultades de Teología y Filosofía de Deusto para trasladarse a la capital vizcaína. Aquí ejerció su magisterio hasta su jubilación.

Desde el punto de vista intelectual, el profesor Ortiz-Osés trajo al País Vasco la filosofía simbólica del Círculo de Eranos, inspirado por el teórico del inconsciente colectivo, C.G. Jung. Fue fundador de la hermenéutica simbólica, y su obra se extiende a lo largo de tres decenios, en los que publicó más de treinta libros sobre tratados hermenéuticos, estudios mitosimbólicos, filosofía del sentido de la vida y aforismos.

Con motivo de su fallecimiento, el profesor Patxi Lanceros ha escrito lo siguiente. Muchas gracias:

¡Haz algo!
Andrés Ortiz-Osés, in memoriam

Es notorio, o al menos así se ha transmitido, que Gaius Octavius Turinus, a la postre César Augusto, dijo en un momento que la potestas y el dominium le acompañaban casi desde la cuna, pero que la auctoritas se la dio el pueblo.

Andrés Ortiz-Osés recibió la potestas de la Universidad de Innsbruck, tras haber visitado Comillas -cuando era un precioso puerto cantábrico- y Roma: cuando era lo que es, lo que siempre ha sido, lo que será. El dominium se lo dio la Universidad de Deusto. Y la auctoritas se la dieron generaciones de alumnos: asustados, atónitos, maravillados, cautivados, seducidos, sorprendidos, enojados. Y de alumnas; cambiemos el género, porque ya jamás variará el número: asustadas, atónitas, maravilladas, cautivadas, seducidas, sorprendidas, enojadas.

Andrés Ortiz-Osés ha muerto. Eso es algo que le pasa a cualquiera. “Morir es una costumbre / que suele tener la gente”, escribió Borges. Y murió. Pero Ortiz-Osés no era cualquiera. Los pasillos de la Universidad de Deusto, lo sé porque me lo dicen, porque me lo dicen llorando, recuerdan su paso acelerado, su trenca y su bufanda, sus ocasionales e incomprensibles furias, su habitual gesto amable, su sarcasmo. Me lo dicen, llorando.

Miriam Portell me aborda, amable y discreta, en un claustro ¡haz algo!; Javier Arellano llama desde algún lugar recóndito ¡haz algo!; Javier Martínez Contreras, quien me llamó para comunicarme la muerte de Andrés, me busca ¡haz algo!; Fernando Bayón, el mayor y mejor cínico filosófico (el segundo es Diógenes), se calla. ¡haz algo! Hay alumnos que me escriben, me dan el pésame, y me dicen ¡haz algo!

Nunca, hasta ahora, habrían tenido que saber que ese imperativo, que ahora me cae como una condena, fue el primero que me impuso Andrés Ortiz-Osés: ¡haz algo! Y algo hicimos

Levemente moderado por la cultura, Andrés Ortiz-Osés era una fuerza de la naturaleza. Hay ciclones más mansos; hay tempestades más dóciles. Habrá huracanes, habrá diluvios. Ningún cambio climático provocará fenómenos como el que, durante muchos años, rodeó a esta universidad.

¿Hermenéutica simbólica? Sin duda. Pero ¿qué importan las etiquetas escolares? Pasarán, como todas. Quizá hayan pasado ya. ¿Maestros? Gadamer, Coreth, Amor Ruibal… ¿Discípulos? Mil, entre los que me cuento, en el puesto novecientos y pico. Y sigue corriendo el aire, el ciclón, y los pasillos lloran.

No voy a hacer ni un cómputo ni una reseña de los libros de Andrés Ortiz-Osés. Están disponibles, siempre, para quien los quiera consultar. Cada quien tendrá su preferencia, su jerarquía: matriarcalismo vasco, filosofía simbólica, poemas, aforismos, algún diccionario.

No había día en que no tuviera otra idea en la cabeza. Otra: una era la de ayer, y ya había caducado ¡Haz algo!

Ahora que él no está, que ya no estará, es hora de gratitud. No de homenajes, de los que se reía, de los que nos reíamos. De gratitud a un profesor, a un maestro. El primer título se lo dio la academia; el segundo, los alumnos.

Como a Augusto, la auctoritas se la dio el pueblo.

Un sábado de junio yo vine a la universidad solo a llorar y a llorar solo. ¡Haz algo!

Es muy difícil escribir cuando solo hay lágrimas. Y recuerdos.

Tú hiciste mucho, Andrés.

Como me pediste, como me piden, he hecho algo.

Ahí nos vemos.

Como siempre, un abrazo.

Patxi