Según la definición clásica, el desarrollo sostenible es aquel que es capaz de satisfacer las necesidades de la humanidad sin poner en riesgo los recursos necesarios para el sostenimiento de las próximas generaciones.
Hoy consideramos que el auténtico desarrollo incluye, como objetivo fundamental, que todas las personas alcancen mayores cotas de humanidad. Eso supone tener acceso a los recursos materiales necesarios para vivir una vida adecuada, ver reconocida su cultura y participar activamente en la construcción de la sociedad.
La ética aplicada analiza tanto la elección de los objetivos del desarrollo de un país o una región, como la manera en que estos objetivos se alcanzan. En ambos elementos hay en juego criterios éticos. No es igual tener como objetivo sociedades más igualitarias o más ricas. Tampoco es indiferente éticamente la manera en que se reparten los costos y beneficios de llegar a esos objetivos.