25 noviembre 2014
Otros
Para Kepa Aulestia, la extorsión mediante el sistema de impuesto revolucionario constituye la vertiente más oculta del terrorismo de ETA, en tanto que no es fácil precisar la magnitud del daño causado desde el punto de vista económico al país, desde el punto de vista personal y familiar a los receptores de las cartas, y desde el punto de vista moral por la callada asunción de una realidad opresiva para varios miles de personas durante 34 años, entre mediados de 1977 y abril de 2011.
Plantea incluso, a su juicio, la delicada e inescrutable cuestión de hasta qué punto quienes accedieron a pagar fueron víctimas del chantaje sobre sus vidas y su libertad, y en qué medida llegaron a deslizarse hacia la connivencia y la complicidad con la trama de extorsión. En suma, se trata de uno de los capítulos que más dificultan el restablecimiento de la memoria y de la verdad, también porque resulta prácticamente imposible dictar un juicio ético sobre la propia ocultación de una realidad cuya existencia conocía todo el mundo. Según opinión del conferenciante: los vascos hemos convivido durante más de tres décadas con nuestro propio 3% de corrupción... en este caso para financiar la barbarie y la persecución del prójimo.
Tal y como expuso en su conferencia, la ocultación es una característica básica del sistema de impuesto revolucionario, en la que el recaudador precisa mantener tanto sus requerimientos tributarios como, sobre todo, las respuestas positivas que obtenga fuera del conocimiento público. 'Esa necesaria opacidad se quiebra solo cuando la extorsión fracasa, y la ?persona objeto? pasa a ser objetivo milita?. Bien como reivindicación de una represalia física ?asesinato o sabotaje? bien como llamada de boicot a la firma del empresario resistente. El secretismo de las operaciones de recaudación no solo persigue la máxima eficacia en cuanto a las pretensiones económicas finales. El secretismo extorsiona a la ?persona objeto?, se decida a pagar o se muestre renuente, y se vuelve lacerante', indicó Kepa Aulestia. Añadió que: obliga a la persona a echarse a sus espaldas la cruz en solitario, la induce a guardar silencio ante los suyos, a confrontarse durante meses con su propia conciencia, a encontrar subterfugios morales para pagar, o a variar drásticamente su vida y costumbres si opta por soslayar la amenaza.
De ahí, que considera que la extorsión es, en cualquiera de los casos, paralizante e introduce entre las potenciales víctimas un clima de desconfianza. De prevención entre empresarios, de sospechas entre socios, de reproches atenuados por la compasión, de distanciamiento entre quienes pueden eludir una amenaza respecto a aquellos que la sienten demasiado próxima. El impuesto revolucionario se vuelve ?indica- un tabú para sus víctimas, porque no saben qué hacer en el momento que reciben la carta, ni cuál será su decisión mañana o pasado ante el chantaje. Porque, hagan lo que hagan, su voluntad queda alienada.
Kepa Aulestia concluye que seguro que los dirigentes de ETA no eran conscientes hasta el último detalle de los efectos que causaban sus oleadas de extorsión. Pero seguro que intuían sus consecuencias, y se sentían poderosos no solo cuando conseguían cobrar; también cuando imaginaban el trance que podían estar viviendo todos aquellos que rehusaban pagar.